viernes, 5 de octubre de 2012

Periodista secuestrado

Este post lo escribo a raíz de una noticia que vi el martes pasado en el telediario de las 9 de la noche de antena 3, que me impactó especialmente.
La noticia era que el periodista estadounidense Austin Tice, de 31 años, secuestrado el pasado mes de agosto, y del que no se tenían noticias, sigue con vida, como muestra un vídeo, de tan sólo 47 segundos, colgado en youtube.








Dejo también una traducción libre (perdón por los errores) de un post publicado el 25 de julio por el periodista en Facebook, y republicado con el permiso de sus padres por el Washington Post. (original del Washington Post)

Es bonito y todo, pero por favor dejad de decirme que me mantenga a salvo. 


Sabiendo que es un error, estoy posteando esto en Facebook. Fuera de la línea de fuego.

La gente continúa diciéndome que me mantenga a salvo (como si eso fuera una opción), continúa preguntándome porqué estoy haciendo esta locura, continúa preguntando que falla en mi para venir aquí. Así que escuchad.

Nuestros abuelos atacaron Normandía e Hiroshima, y vencieron al fascismo global. Neil Armstrong viajó a la luna en una glorificada chatarra, haciendo matemáticas en una tablilla mientras iba. Antes de que hubiera carreteras, los pioneros pusieron un pie delante del otro mientras caminaban a través del continente entero. Entonces un puñado de ellos fue a luchar y morir a Texas, porque pensaron que era lo correcto.

En algún momento situado entre cuando nuestros abuelos derrotaron a los Nazis y cuando comenzamos a poner advertencias sobre la temperatura en nuestras tazas de café, América perdió este espíritu pionero. Nos convertimos en una nación gorda, débil, complaciente, mimada, sin ambición y cobarde. Fui a dos guerras con nociones equivocadas de patriotismo y encontré en ambas que la prioridad era no ser asesinado, algo que podríamos haber logrado en nuestras salas de estar, en América, con muchas menos molestias. Para proteger carreras y agradar a los políticos, cargamos con una armadura suficiente para romper la espalda de un hombre, atiborrados de Rip Its y helados, y creyendo nuestra propia prensa que estábamos haciendo algo noble. Nuestros abuelos nos hubieran azotado el culo. 

Nos matamos cada día con McDonald’s, alcohol y miles de otras drogas, pero hemos perdido el sentido de que en realidad hay cosas fuera por las que merece la pena morir. Hemos entregado nuestras libertades poco a poco a grandes magnates, pero somos demasiado complacientes para hacer algo más que criticar a esos pocos que tratan de señalar lo evidente. Los americanos han perdido su sentido de la visión, confundiendo las necias disputas partidistas por principios. Cuando nos aventuramos en el espacio –la parte del espacio que hemos hecho confortable- ahora pagamos a los rusos para que nos den una vuelta. Esto es humillante. No puedo creer que hayamos dejado que esto pase.

 Así que ese es el motivo por el que he venido a Siria, y es por eso por lo que me gusta estar aquí y ahora, justo en el medio de una brutal y todavía incierta guerra civil. Cada persona en este país lucha por su libertad, se levanta cada día y se acuesta cada noche con el conocimiento de que la muerte puede visitarle en cada momento. Aceptan esta realidad como el precio de la libertad. Se dan cuenta de que hay cosas por las que merece la pena luchar, y en vez de sentarse  y retorcerse las manos sobre ello, o consultar a sus abogados sobre presentar una demanda, están fuera actuando. Y si, la mayoría de ellos tienen poca idea de lo que están haciendo cuando cogen un rifle, y si, hay otras muchas cosas de las que podría quejarme, pero realmente a quién le importa. Ellos viven de una manera en que casi ningún americano hoy en día sabe hacer. Viven con mayor pasión y sueñan con mayor ambición porque no tienen miedo a la muerte.

Ni lo tuvieron los pioneros, ni lo tuvieron nuestros abuelos. Ni lo tuvo Neil Armstrom. Ni tampoco lo tengo yo. 

No, no tengo ganas de morir –tengo un deseo de vida. Así que estoy viviendo en un lugar, en un tiempo y con un pueblo donde la vida significa más que en cualquier otra parte en la que haya estado nunca –porque cada día la gente aquí da su vida por el bien de otros. Venir aquí, a Siria, es la cosa más grande que jamás haya hecho, y es la mayor emoción de mi vida.

Y mira, si todavía no lo entiendes, lee “Por quién doblas las campanas”, de Hemingway. Este libro lo explica mejor de lo que yo jamás podría.